¿Amor?, ¿Creer?, ¿Creía? Si. ¿Qué ocurrio entonces?
Seré impersonal, aquí vamos.
Había una vez una niña que al igual que todas las demas, leia cuentos de hadas, jugaba con muñecas, vestia de rosa y soñaba con un final feliz.
Así paso sus primeros años. Fue victima de una infancia perfecta. Además de cuentos de hadas, leia libros de filantropía (a sus cortos años, difíciles de entender), leia La Biblia, amaba ese libro, amaba esa historia, en general, amaba los finales felices.
Comenzó a frecuentar a gente mucho mayor que ella, gente con otras visiones, otras perspectivas, gente con mente perversa.
Ella era frágil, confiaba en todo, en todos. Ella no conocía el miedo, el temor, la angustia. Irradiaba tanta luz, tanta frescura, tanta humildad. Fue victima de un intento de violación.
Alguien penso por ella, decidio por ella, alguien la enamoro. Ella creía ciegamente en aquel principe azul, ciegamente lo escuchaba, ciegamente lo amaba, aun sin saber el significado de esa palabra.
Entonces llego la policia. Ellos se encargaron.
La niña, la pobre niña, rota en pedazos. Regalo sus muñecas, boto sus libros, dejo de frecuentar a aquella gente mayor, dejo de frecuentar a la gente, dejo de frecuentar al mundo.
Su vida sombria, hostil. Su inocencia quemada, pisoteada, perdida. Año tras año. Silencios, rebeldia, monstruos, recuerdos, pesadillas que atormentaban sus sueños. Fantasmas que adormecian su niñez y la empujaban a la fuerza al despiadado mundo de la realidad, al mundo que no concibe finales felices. De ser niña a mujer en un paso. Siempre con miedo, siempre muda, siempre enfocando su atención en la nada. Perdida, no aceptaba ayuda, no escuchaba. El alma le dolia. La angustia de que aquel "principe azul" volviera de sus peores pesadillas a acecharla otra vez, la atemorizaba, la hundia, la encerraba mas y mas en su pequeña capsula donde habitaban ella y su mejor amiga, producto de su imaginación: Neritekah.
Neritekah comenzó como un juego de letras. La niña la fue transformando en su compañía perfecta. Reflejaba la luz que hubo una vez en ella, en su amiga imaginaria. La abrazaba, la amaba, no le temia a nada.
La niña volvio a enfrentar al mundo y, Neritekah, cumplio su función, y se fue yendo poco a poco.
La niña hablaba, escuchaba, cantaba, leia mas que nada. Los libros encendian su imaginación y, por medio de su imaginación, podía reencontrarse con Neritekah.
La niña al menos parecia feliz. La niña sonreia. Secretos que no podía contener una sonrisa inocente.
En las noches la niña lloraba. Lloraba por su infancia , por sus muñecas, por sus recuerdos. La niña lloraba por sus sueños, por lo que había perdido. Lloraba en silencio para que nadie la escuchara. Aun así, tapaba los gemidos con la almohada y sus pequeñas e inocentes lagrimas caian una tras otra, y mojaban las sabanas de colores que tapaban el colchon. Rezaba, la niña rezaba todas las noches a Dios. Ella creía que eso podía ayudar.
La niña era linda. Un chico tras otro. Ella no buscaba nada. Odiaba a los hombres. ¡Cuanto los odiaba!
Conocio un día, en un lugar que ella no recordaba, a un niño como ella, con miedos y temores, con repulsión por el mundo. Un niño que nunca pidio nada a cambio. El la amo, ella lo amo, ella lo ama.
Así fueron meses, años. El era lo mas cercano a aquel olvidado recuerdo de aquellos polvorientos finales felices que ella solía leer. El tomaba su mano y secaba sus lagrimas.
Al poco tiempo ya no habían mas lagrimas por secar, solo sonrisas por compartir, sueños por reconstruirse. Y en eso estaban enfocados ambos. Ambos empujados por el destino a madurar a la fuerza. Ambos, que eran inocentes e inofensivos en su infancia colorida, heridos fatalmente por el mundo exterior.
El le regalaba a ella versos, poemas, canciones, libros. Ella estaba deleitada por su sencillez. Enamorada de sus ojos y de sus silencios. El era un pecado ante los ojos del mundo. El mundo no podía enterarse de nada.
Pero un día, sin rastro alguno, el pecado murio, él murio.
Paso a otro plano, él fue a un lugar mejor. La niña lo enfrento con madurez. El le había enseñado a vivir, a amar. El le había enseñado tantas cosas, tantas maneras de ver el mundo. Ella no demostró nunca su dolor a nadie. Jamás revelo su pecado.
La niña llora en las noches..
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