Aquí está la muerte, sentada a mi lado, respirando su aire tosco y vacío sobre mi cuello.
Se arregla el vestido azabache ceñido a la cintura y con sus dos manos sobre las rodillas, me sonríe cortésmente. Me observa en silencio y se acerca tanto que casi puede besar mi cuello, pero aún no. No todavía. Es temprano, muy temprano o tal vez muy tarde. En un día como cualquier otro. Como cualquier otro día el sol brilla y este día es tan adecuado para morir como el siguiente. La muerte esta sentada a mi lado, pero nadie sospecha siquiera su presencia. Tengo que hacer un esfuerzo sobrehumano para asimilar su intento de seducción, su eslógan de "acompañame". Porque sin duda eso es lo que necesita, compañía. La muerte esta sola y tiene miedo. Tanto o más que nosotros. Miedo a que su próximo invitado se resista, miedo a que la vean a los ojos y no pueda lograr su conquista. La muerte tiene miedo de la soledad, porque siempre está sola. Temerosa de perder el encanto con el paso del tiempo, de no poder capturar la esencia del desventurado que haya llamado su atención. Pero la muerte también se ríe, si ríe. Ríe cuando van en busca de ella, cuando se van entregando, cuando algunos creen poder desnudarla y poseerla. Ríe y se burla a carcajadas de tontos que quieren encontrarla, tontos que no entienden que es ella quien los encuentra. Es ella quien decide quien tendrá la fortuna de pertenecerle, de mecerse entre sus brazos, es ella y sólo ella quien decide el lugar y el momento que, aunque no alcancemos a comprenderlo, es siempre el más adecuado. La muerte serena, aquí a mi lado, juega con su cabello de almendras mientras le recito esto que escribo. Esta entretenida y goza con mi ingenuidad, con mi certeza de creer conocerla y con mi valor de verla directamente a los ojos. Esos ojos color rubí, inigualablemente exorbitantes que sólo he visto una vez en mi vida, ahora, en su rostro. Su rostro impecable de porcelana, perfecto e implacable. Recuerdo nuestro primer encuentro aquella tarde. Me veía, entre todas aquellas personas. Me veía a mi, y como hiponotizada por sus ojos color fuego decidí acercarme. Ella se alejó, pero nunca se fue del todo. Siempre estaba y ha estado desde entonces. No me ha dado la espalda ni una sola vez. Y aquí está ella, la muerte, el fin de todo, el comienzo de la nada, el silencio, lo absoluto, el vacío. Sentada a mi lado como en tantas noches en vela. A veces ella me acurruca entre sus brazos y cálidamente me abraza. Y otras veces, como está noche, siento la oleada de frío que su aliento provoca sobre mi cuello. Tan cerca que puedo sentirla, tan lejos que no puedo tocarla. Y a pesar del miedo de mis primeros dias a su lado, he aprendida a lidiar con ella, hemos aprendido a convivir. Yo con ella, ella conmigo. Aquí está, sentada a mi lado, invisible para cualquiera. Ya no la menciono, seré considerada loca. Pero su, la muerte esta aquí sentada alisando con sus manos nacaradas las arrugas que se van formando en la falda de su vestido. Y está tan cerca y su belleza me contagia, su mirada color sangre seduce y su piel traslucida es motivo de deseo, un deseo posesivo, casi erótico. Tan sublime que es inesperado y casi imperceptible, tan letal que derrama tu vida como una copa de vino tinto sobre el mantel blanco. Silenciosa, bella, pero increiblemente solitaria. En busca surmote de un amante, un companero, una victima. Ella ama, ama con locura y se desborda, desea con el alma. Un alma que no existe pero imaginamos. Ella desea y obtiene. Sin importar sexo, raza o edad. Ella desea, ella obtiene. En estos dias me ha hablado de su coleccion, de sus fetiches, de su favoritismo, de su inclinacion oculta por los ancianos y los desdichados. Seres que acumulan a lo largo de sus anos la sabiduria del mundo y la conservan, que a pesar de todo se despiertan y luchan, sin saber por que luchan en realidad. Sin esperar porque han tenido demasiado de nada o muy poco de todo. Pero se levantan y luchan. Luchan por una causa desconocida, a estas alturas, inexistente. Acumulan dolor, acumulan lagrimad, arrepentimiento, decepcion de los anos y la gente. La muerte llega bondadosa, comprensiva, elegante y se sienta a su lado, como esta noche a mi lado, habla poco y los seduce con su mirada de mil rubies. Ella les promete juventud eterna, promete librarlos del peso de los anos, del sabor amargo de la decepcion. Nunca se ha dignado a confesarme si todas esas cosas que promete son ciertas. Pero su mirada es tan seductora y su voz ronca tan sutil que enseguida deseas pertenecerle, necesitas creerle. Camina con un porte de inframundo y cada movimiento que hace es tan delicioso que sólo puedes suplicar por y arrastrarte por el piso sólo por un movimiento mas. Te deleita esa danza lenta y apasionada que crees que sólo tu puedes percibir. Y cuando le has entregado hasta la última gota de tu energía, cuando jadeas sin aliento, cuando ya no te queda mas que un halito de conciencia y te ha quitado hasta la mismísima voluntad de volver a abrir los ojos, lo único que te atreves a desear, poniendo aún todo tu empeño en ello, es que la última figura que veas sea la de su silueta celestial tatuada en el interior de tus parpados.
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